La idea incandescente

author:  grupocasaazul
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La idea incandescente ronda la cuadrícula de la acera, en un espacio blanco y negro como juego de dama o ajedrez, tan cerca de un video de Queen o de un preñado triángulo de tempestad vital que destruye a Hamlet (con locura). No siento que el dilema esté en el protagonista que penetra la nubladita noche con luna amarilla de cólera sin descanso de manzanas. Sin juguetes míos y arriba de un carrusel piso una cama japonesa, busco el toconoma, un referente, una pintura, el umbral de Emar; un fugar incesante permite que me venga ante Tlaloc. Toc, toc toc, no prefiero tocar madera porque el ruido de la superstición ríe cual lugar común y fatiga su espera.

Desigual y vacía arrecio tu voz, me monto sobre tus conversaciones —dices que no me quisieron lo suficiente—, la tropelía púrpura del elogio de los triángulos o las frutas, las araucarias de diez años añorando cien, todas en hileras a la altura de la foto que pudo ser. De pronto, quiero ofrecer choclos calientes en el intermedio de una obra de teatro al estilo Popol Vuh para no contar los granos de trigo en la medianoche de un gris porteño. Esta calleja me hierve la cabellera, dejando como esponjita los meandros de mi cerebro; penetra el sueño y se expande como vegetal ante la negritud peruanita que sale a caminar de noche: emocionados ojos con lágrimas de placer. Tengo el cuerpo lento por tanto pololo del bostezo mientras el cuadrado de la jugada inútil tiembla en mis piernas transidas que suben un solitario cerro jardín en medio de la ciudad.

El guionista prevé el término de su relación amorosa: una película, la primera parte vive con esa mujer unos cinco años y la segunda, ve como comparten el espacio ya sin convivencias y con la manida gestión cultural. Reciben, saludan. Duplican y se saludan con un beso en la cara (a lo profesional); peces del fango. Ese beso incompleto es una idea incandescente que se para en el quicio de la puerta y les permite entrar en la parte más oscura de la noche, en la nochetud o en la nochidad. Nuevamente la cuadrícula desafía a la tembladera y somos todos más inteligentes que monos o ballenas o elefantes que en manos de los reyes mueren de un solo balazo aunque con sus orejas sutiles puedan predecir los temblores.

Y la espiral en el terciopelo azul recibe la lágrima, cae rodeando mientras transformados en detectives subimos como quien escala un estante buscando en un álbum de fotos una historia de amor de los grandes, poética de la niñez, de la infancia hasta juntarse y crecer: hombre y mujer, como si fueran coordenadas de la historia, todo en un estante lleno de polvo, —especialidad de los alérgicos— lezamaniano; el gran masturbador o el coordinador del fracaso total del mundo diseminado en el Pimentón.

Los japoneses capturan la foto en una calleja llena de restoranes temáticos, como moteles, y se exhibe el guerrero del origen de los tiempos, el viking finisecular, holograma de la guerra de Tolkien, dentro de un cuento de hadas; el bien y el mal, —equivalencias, correspondencias, cantidades hechizadas que no hacen otra cosa que reforzar lo que siempre se hizo así y no se hará de otra manera. Los malditos orígenes por los que se mató a miles sin miramientos, sin compasión. La historia nos juzgará o absolverá, total la poética iría adelante uniendo decía el ingenuo maldito. Pelo y colores, al hueso, nos recuerdan que se extraña más a la niña que a la madre, que uno es muy poco para sacar adelante a otro y que se necesitan dos para que golpee un tercero. Aprendizaje de Fronesis y Foción, jalonando a Cemí bajo el tragaluz por donde escapa irremediablemente el calor de invierno, ya sé que se condena a la poesía a que nos salve, menos mal que el principio del placer o la homosexualidad y antes la androginia del “no te salves” siguen reverberando.

La voz multiplicada desde el promontorio; la foto del 51 donde están tres seres antiguos que forman el origen familiar llaman la nueva subida; el chocolate para untarlo en el cuerpo que permita a la piel miel desparramarse por el plano inclinado. La culpa no falla camino a la Blondie, los sentidos se imponen y brindan con una cerveza artesanal del puerto. Los barrios antiguos de la capital huelen mal, pero son fotografiados, gastados por miles de turistas. Las fotos son lanzadas a la pileta helicoidal de adoquines. Vuelve la cama japonesa, pero esta vez me paro en sus alas y espero los besos, las embestidas, las canciones nocturnas de Audioslave o Euphoria morning. Quiero creer que los babasónicos harán llover sobre la ciudad y que todavía duele caminar de noche por encima de los relámpagos. Y el aire como pan para los que no tienen dientes nos elevará sin necesidad.

Culturas sumergidas o evaporadas, vivir al tono del ensueño que he tenido anoche, justo antes del temblor, donde la ciudad era un tubérculo traído a la superficie por miles de excavadores que trabajaban a lo Metrópolis de Lang o The Wall. Habrá que reconstituir el paisaje de toda la especie y reducir hasta que el amor sea un grado de atención superior y no nos burlemos del candor del apasionado. Nos hará ilusión, los puntos cardinales serán cinco, donde el quinto será el centro, un núcleo complejo donde la cola de la lagartija será una gran broma y la ley de la adaptación darwiniana solo una función secundaria, nunca vital.

Sacrilegia, sacrilegia, el té de crisantemos en el aguado dolor de las flores y la escritura reglera arde con la sangre de la mensualidad, escurriendo por los miradores salpicados de cardenales y buganvilias. Compiten sangre y flores mientras dices —todo acá tiene seis años (el dato, el coleccionista en pleno corazón delator de la clase alta). No habrá regalo porque traerá mala suerte. Pero empecinadamente en el papel de algodón cierra los ojos mi cuerpo, veo Atlántidas como Esfinges que interrogan la razón mordida de la historia. A veces llega el horror, siguen los pasos bienhechores del gitano árabe que me secuestran; son almas que me elevan desde fuera. La helada de la mañana campesina se cuela por el tragaluz. Los monocultivos pandémicos, extendidos e intensivos. El colapso de la colmena nos hace llorar.

De telón de fondo: las noticias. Más atrás la tristeza de mi hermano por la ausencia de una madre, la mía. Mi padre fue mi madre y el Turco fue mi padre, y mi sobrino fue mi hermano, y mi hermano no fue nada hasta hace unos días que conversé con él. Lo he visto tres veces en 30 años. Se fue a Isla Brasil cuando yo tenía nueve. También mi papá se fue en ese tiempo, pero a Norteamérica; quizás eso sea realmente una familia disfuncional.

Yuri, Yuri, Lotman, persigue el libro que empiezo y nunca termino. Átame en pasos lectores fragmentarios, tan queridos, cortos, acotados a unos minutos del sillón naranja. Juega a la Metrópolis, anda juega y piérdete como aquel ciudadano de provincia que nunca fuiste. Duplica la hermosa del afrancesado en una calle populosa o el faro en la neblina buscando a alguien a quien salvar. SÁLVATE SOLO. Melan-Cólicas calles. Mito-Lógicas neblinas. Puntaángeles sirenea el mar a esta hora a los pies del cementerio de los pobres. El tres, mi tres juega a la lucha libre. Tú sabes que la lucha no es libre; te concedo que somos un pelotón, pero yo no voy corriendo en la selva, tampoco rengueo y seguramente soy la que carga a los inválidos. Vuélvete y ve al país: una sociedad sin Arte. Hicimos lo que quisimos. No hay ciudadanos y menos mal.

Un río confundido exhala una hipofísica: la imagen del Orubamba serpentea mi sur. De subida, un día y medio del incario, atraviesa ese orgasmo único de párpados, mientras el veneno del alacrán azul recorre 37 casas donde habitó el retornado político paradigmático y el grabado, caracolea y cuestiona: huella digital del espiral con base vaginal en cinco vectores trigonométricos, surco más prolífico y armonioso que el vientre de la sombra. Cosmograma. Bloom, Bloom, Bloom. Majadero y reiterativo ante las angustias.

El nudo pescador (dos nudos que por si solo no resisten, pero juntos….) sensoría las huellas indestructibles del norafricano. Vivimos protegiendo los sistemas con un Norton 360. Y hablando de datos; que poco resistente suena: “15 mil niños abusados y otro golpe de estado en el territorio del Paraguay”. ¿El paradigma cartesiano bambolea o está más recio que nunca? Los llamados a callar pasan la cuenta, no creímos a nuestros hijos y los dejamos en soledad porque era incuestionable. Teníamos que trabajar, comer, amar, escapar de esta ciudad y la nostalgia de su pasado esplendor.

No teníamos antepasados ilustres como la mayoría de los escritores del boom, nuestro origen era proletario: amasijo de múltiples esfuerzos. No hubo esplendor en la sangre, pero sí en la ciudad y en un buen país de finales de los 60. No tenemos sagas que contar, ni patriarcas, ni muebles chinos ancestrales (como la cama rojiana de 300 años). Travestidos estamos acá sarduyanamente sin origen, durmiendo en el suelo. De pescadores, de changos que lo único que coleccionaban era un día más de sobrevivencia en la costa, las cuevas, las playas de piedras, el niño en la piedra, las pozas de piedra plagiadas por los conventos privilegiados de México. Tanto acarreo ante el viento. Y el sol del punto en el aire: sutil y obsecuente fijeza para que se pudiera mover todo lo demás.



 
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